Escuchar música como Dios manda (primera parte)

La música…. Sencilla y quizás demasiado breve palabra. Sobre todo si quieres describir con dicha palabra todo lo que se esconde detrás de ella.

Ante todo cualquier música, del estilo que sea, pasa primero por un arduo trabajo de un compositor y si además lleva una letra inclusa también por el cómplice trabajo de un autor (muchas veces es la misma persona, pero eso no le excluye del doble trabajo que conlleva). Esto ya no es nada fácil; ya sabemos lo sutiles, frágiles y siempre efímeras que son las musas, la inspiración… Pero, en todo caso y a la vista está, no es imposible.

Cuando ya tiene uno su composición, hay que interpretarla, grabarla, mezclarla, masterizarla y producirla. ¿Qué arreglos musicales vas a incorporar? ¿Cómo quieres que llegue al oyente? ¿Con qué instrumentos vas a contar para que suene tu composición como la escuchas en tu cerebro?

También tienes que usar tu sentido comercial para empaquetarla y vestirla de las galas que merece para que pueda llegar al gran público, como, por ejemplo, la elaboración de un videoclip, una presentación oficial en público, etc. Y aquí ya se empieza a complicar el tema. Porque y muchos coincidirán conmigo, el hecho de que una melodía o una canción te impacte y te marque para siempre puede ser, además de por su sonoridad y lírica, si la incluye, por la foto de la portada del “empaquetado” en cuestión o por el video que le acompaña; en definitiva por la imagen que el artista ha decidido proyectar con su obra.

Incluso alguno se ha atrevido a más, como Stevie Wonder con su exquisito LP “La vida secreta de las plantas” donde añadió (perfectamente precintadas) unas esencias de plantas aromáticas para que pudieras disfrutar también con el olfato de tamaño delirio de sutiles composiciones que incluyó en tan magnífico álbum. Aquel disco olía a gloria…

En todo caso, la música, como obra de arte que es, necesita de tus cinco sentidos para poderla disfrutar de verdad. Necesita del tacto, para acariciar el formato que la envuelve, del olfato para oler el papel o el cartón que incluye, de la vista para conocer al compositor y también para leer al autor. Necesita del oído para poderla escuchar en silencio y con estricta concentración y por supuesto del gusto para saborear lo que estás escuchando: ¿salado, picante, ácido o quizás dulce? La música es capaz de provocar un festín en tu paladar. Solo hay que estar predispuesto para ello (doy fe, funciona).

Si usted quiere, también tendrá que emplear su “sexto sentido” para imaginar todo lo que hay detrás de esa pieza de música que acaba de caer en sus manos: ¿cómo se creó? ¿quiénes están detrás de todo ello? ¿utilizaron una orquesta sinfónica? ¿la guitarra solista es Gibson o Fender? ¿los teclados suenan a Roland, Korg o a Yamaha?

Y bueno, después de pensar un rato en todo esto e intentar transmitírselo a usted, es cuando me doy cuenta de que la mayoría del público (que no público melómano, que ese es diferente) hace cuando consume tu trabajo. Descargas digitales por internet, la mayoría by the face (mola más eso que pagar derechos de autor ¿no?). Encima para escucharlas con sus altavoces de ordenador, de esos de 8 euros en Ali Express. O peor, en su portátil personal… Gente con los móviles en la calle, encendidos a todo lo que da el minúsculo altavoz, hiper recortado en frecuencias y en la mayoría de los casos con sonido “mono” (que no mono de bonito, sino mono en vez de stéreo), aunque en un móvil eso simplemente casi da igual… O, vamos a peor, escuchando música en automóviles tuneados donde solo se pueden percibir a toda pastilla (y a todo pedal, lamentablemente) los graves y subgraves del tema en cuestión debido a la extrema configuración de su equipo de “alta gama” y sobre todo “engañosa potencia”. No te hagas trampas al solitario, no es la música lo que te lleva al nirvana, sino la química que has decidido que acompañe a la escucha de ese tema que igual te pone o no… Total, es un mp3 a 128 kbps que te ha pasado un amigo ¿qué más da?

Y ya, los quince puntos sin duda van para la joven parejita que embutidos en su mascarilla donde solo puedes apreciar sus ojillos enamorados pasean juntos compartiendo sus manos y los auriculares de botón del móvil de uno de ellos, de manera que uno escucha el L y el otro (o la otra) el R. Y encima sin hacerle ni pito caso a lo que escuchan. Su joven amor está por encima de ello… (Bueno, la verdad es que si realmente es así los excuso, por supuesto…)

En la segunda parte de este artículo, intentaré explicar a los que me lean la manera en la que yo creo que hay que escuchar música como “Dios manda”. Y espero que en ella puedan descubrir, como yo lo hice hace muchos años, el secreto de cómo disfrutar de la magia de sentir la música y alimentarse de semejante y singular festín.

Jesús Aparicio

MÚSICO

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