La nariz, más que un simple órgano sensorial, despliega un papel crucial en la salud respiratoria al actuar como un sofisticado sistema de filtración y humidificación del aire que inhalamos. A diferencia de la boca, que carece de estos mecanismos especializados, la nariz posee cilios, estructuras similares a pelos, que capturan partículas como polvo, polen, bacterias y virus, protegiendo así nuestras vías respiratorias de infecciones y daños potenciales.
Cuando inhalamos a través de la nariz, el aire sigue un camino seguro que atraviesa la faringe, la laringe, la tráquea y los bronquios antes de llegar a los pulmones. Este recorrido no solo está protegido por los cilios, sino que también permite que el aire se caliente y se humedezca, evitando irritaciones y sequedad en los pulmones y bronquios que podrían surgir del aire frío.
Además, la respiración nasal estimula la producción de óxido nítrico en los senos nasales. Este compuesto no solo facilita la absorción de oxígeno en los pulmones, sino que también posee propiedades antibacterianas, antivirales y antiinflamatorias que refuerzan el sistema inmunitario contra infecciones.
La resistencia adicional al flujo de aire al respirar por la nariz mejora la captación de oxígeno y promueve una ventilación pulmonar más efectiva, favoreciendo así el funcionamiento del diafragma, el principal músculo respiratorio.
Por otro lado, la respiración bucal, aunque necesaria en ciertos casos como durante el ejercicio intenso o la congestión nasal, carece de estos beneficios protectores. Puede llevar a una mayor exposición a patógenos, sequedad bucal, problemas dentales y afectar negativamente la calidad del sueño.
En conclusión, elegir respirar por la nariz no solo es intuitivo, sino también una decisión respaldada por beneficios científicos significativos que promueven una mejor salud respiratoria y general.