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Resistiré

Resistiré 

Julio, 2056

“Resistiré” fue un himno con el que creímos que nada ni nadie nos haría doblegar durante la pandemia, sin embargo, la verdad fue que de una u otra forma, nadie resistió a ella y nada volvió a ser lo mismo.

La salud, los daños colaterales, las ruinas, las circunstancias, o en el mejor de los casos, solamente la presión del entorno, consiguieron que, como si de una fruta exprimida se tratara, saliera el zumo de nuestro interior. “Lo mejor del ser humano”, decían los más ingenuos al principio; jugo de ira, rabia, crispación, miedos, conspiraciones judeo-masónicas apocalípticas, prepotencia, rencor, egoísmo…  son solo algunas de las caras ocultas del poliedro que pudimos descubrir en 2020, desde los diferentes prismas que facilita un confinamiento.

Gente quejándose desde centros comerciales de que hubiera mucha gente en esos mismos centros comerciales. Mascarillas colgando de las orejas o tapando papadas, fiestas privadas, virólogos de barra impartiendo sus master class científicas por los bares, especuladores de la necesidad y oportunistas haciendo negocio con las miserias del prójimo…

Afortunadamente, -aunque siempre estuvieron ahí-, también afloraron las bondades y la filantropía de los héroes anónimos; bancos de alimentos, donaciones, voluntarios de vacunas, personal sanitario, servicios esenciales, vecinos que colocaron carteles en los ascensores ofreciendo hacer las compras a los más vulnerables, cajeras de supermercados que cumplieron con sus jornadas en un escenario desconocido, incierto y dramático, especialmente en las primeras semanas…

Durante aquellos meses de duelo sin duelos, no quedó ni un hilo de aliento para la cultura, y mientras se utilizaban los palacios de hielo de morgues, y las mesas de los debates, los medios de comunicación y las tribunas parlamentarias para darse de hostias, los pájaros cantaban como nunca, los animales salvajes invadían el asfalto, las aguas eran cristalinas, el cielo era más azul y se respiraba mejor, paradójicamente, a pesar de las mascarillas.

Cuando la esperanza se vislumbró en el horizonte en forma de vacunas, la vida se reanudó, pero algunos siguieron viviendo sin haber aprendido ni entendido nada. A empujones volvieron a cabalgar sus ánimos en la inercia de Wall Street o del IBEX 35. A pesar de sus fortunas y de su poder, siempre se consideraron unos fracasados ante cualquier otro que tuviera un poquito más que ellos. Vivían mirando hacia otro lado, simplemente existiendo por sobrevivir, acumulando escrituras, amasando riquezas o luchando por llegar los primeros al pódium de la estupidez, pretendiendo cruzar la meta de los malnacidos, intentado adelantarse a sí mismos, hasta lograr, a modo de diploma, el título certificado de su propia esquela.

Otros, se taparon los oídos para no escuchar el ruido de fondo de la crispación que les azotaba hasta que se posicionaban en cualquiera de los bandos. En 2020 se inoculaba el odio a través de la seducción, no importaba remover tumbas ni utilizar víctimas para fabricar el odio y el rencor que apuntalaba aquel sistema. Pero despertaron y reconfiguraron sus escalas de valores, colocaron en primer lugar el amor, la amistad, la solidaridad y la ayuda al de al lado, incluso por encima de la propia salud. Estos fueron sin saberlo, los que al cambiar su entorno, consiguieron cambiar el mundo.

Cuando terminó la pandemia, los más, emprendieron la búsqueda de la felicidad, cambiando el acero, la moqueta y el hormigón, por el «polvo, niebla, viento y sol», hasta que un buen día volvieron a contemplar, que siempre sale el sol después de la tormenta, que lo que no te mata te hace más fuerte, y que los fuertes vientos forjan las raíces de los árboles más profundas, al igual que aquel junco que se doblaba pero siempre seguía en pie.

Y eso cantábamos en 2020, porque aquello quisimos ser.

Alfonso de Campos

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